Madrid, 5 de la tarde, un calor espantoso, pocos son los osados que deciden transitar las calles a esas horas y Martina es uno de ellos, que mientras hace frente al calor que desprende el terrible asfalto con unas dudosas chancletas de Zara de 5€ adquiridas por internet, espera distraída la llegada del autobús haciendo scroll en Instagram, mientras se maldice por llevar esa baratija y decide buscar rápidamente en Amazon unas en condiciones. Por supuesto, es cliente premium, con un poco de suerte, al final de la tarde las tiene en casa, listas para estrenar. Mientras, sus amigas que la esperan en la cafetería, usan el wifi gratuito para ver el último captítulo que les tiene enganchadísimas de la serie de Netflix,( esa la de las cintas de casette). Pero una de ellas presta más atención a su smartphone y desliza frenéticamente su dedo sin parar por la pantalla, viendo el Instagram de una de las influencers del momento, una tal Dulcenoseque, que por lo visto ha subido un nuevo vídeo a youtube y ya es trending topic en Twitter porque su camiseta lucía un slogan polémico y resulta, que lo había posteado previamente en 21 buttons agontando en tan sólo 3 horas, las existencias de la tienda online. Martina llega al café y ni la advierten, por lo que decide ir a la barra y espera a ser atendida, una vez más deslizando el dedo sobre su pantalla...
Podría seguir con la historia de Martina, sin apenas introducir una coma más, pero en realidad, cualquiera podría continuarla porque no difiere demasiado de nuestra vida actual. Pero, ¿realmente estamos tan enganchados que no podemos mantener los ojos apartados del móvil tan siquiera los pocos segundos que tardan en servirnos un café? Pues no. No podemos parar de deslizar el dedo mecánicamente sobre la pantalla de nuestro querido smartphone, es el acto reflejo por antonomasia de la sociedad moderna.
Y mientras, la vida pasa, y nosotros la vemos y vivimos a través de Instagram. Convertimos los abrazos en likes, las sonrisas en me gustas, los te quiero en follows y los enfados en unfollows... así es la vida 4.0. Me preocupa el narcisimo del que se graba y se mira sin más; me preocupa, la autoestima del que celebra cada like como antaño celebrabamos los sobresalientes, orgullosos de nosotros mismos por sobresalir de la media... Me preocupa el exhibicionismo del que enseña y el voyeurismo del que mira, llevando a niveles estratosféricos los egos humanos y las miserias también. Me preocupa perderme en esto de las redes sociales, los scroll, los likes y los unfollow y no volverme a encontrar jamás. Porque la vida está ahí afuera, señores, más allá de Instagram.
Podría seguir con la historia de Martina, sin apenas introducir una coma más, pero en realidad, cualquiera podría continuarla porque no difiere demasiado de nuestra vida actual. Pero, ¿realmente estamos tan enganchados que no podemos mantener los ojos apartados del móvil tan siquiera los pocos segundos que tardan en servirnos un café? Pues no. No podemos parar de deslizar el dedo mecánicamente sobre la pantalla de nuestro querido smartphone, es el acto reflejo por antonomasia de la sociedad moderna.
Y mientras, la vida pasa, y nosotros la vemos y vivimos a través de Instagram. Convertimos los abrazos en likes, las sonrisas en me gustas, los te quiero en follows y los enfados en unfollows... así es la vida 4.0. Me preocupa el narcisimo del que se graba y se mira sin más; me preocupa, la autoestima del que celebra cada like como antaño celebrabamos los sobresalientes, orgullosos de nosotros mismos por sobresalir de la media... Me preocupa el exhibicionismo del que enseña y el voyeurismo del que mira, llevando a niveles estratosféricos los egos humanos y las miserias también. Me preocupa perderme en esto de las redes sociales, los scroll, los likes y los unfollow y no volverme a encontrar jamás. Porque la vida está ahí afuera, señores, más allá de Instagram.
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