La fiebre desatada por el 3D marea un poco. No sólo por tener que ponerse unas gafas feas, y algo estrambóticas que hacen que el espectador parezca una hormiga atómica. Lejos de la estética, el 3D causa vértigo, porque acabará inundando las pequeñas pantallas gracias a los fabulosos televisores de última generación y alta tecnología, convirtiendo el salón de estar en un plató de televisión donde programas del corazón, telenoticias, y partidos de fútbol se combinarán con los mejores estrenos cinematográficos, y lejos de ver volar los mocos de Torrente 4 por el salón de casa, ¿Cuánto más habrá que soportar, escuchar, ver y casi palpar a personajes del colorín dando gritos en el salón? Se me antoja cuánto menos desagradable. El 3D renace como la nueva forma de consumir cine, ya son 500 las salas adaptadas en toda España, al menos de momento. Y digo consumir, porque es tan fácil caer en las seductoras redes de una pantalla tridimensional que poco o nada importa su elevado precio.
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