Te fuiste de repente,
fue cuestión de pocas horas, aunque era algo esperado, nunca piensas que ese
momento se va a materializar. En realidad, nunca se está preparado para decir adiós para siempre a
alguien tan querido. El adiós fue breve,
pero quedó grabado a fuego en mi mente, si cierro los ojos, aun lo recuerdo
perfectamente. La negación es el mecanismo más fácil al que atenerse, no querer
aceptar la realidad y pasar por las cosas de puntillas como si fueras un
espectador, y no el protagonista de lo que acontece ante tus ojos. Y ahora me pregunto por qué no fui capaz de
tomar consciencia a tiempo y haberte dicho todo lo que para mí eras y todo lo
que representabas. El miedo que sentía era tan fuerte que me paralizaba,
primero por dentro, un nudo dichoso en el estomago que te duele infinito, y luego
por fuera, creando una fachada de hierro,
porque ese miedo me congelaba, desconectado
mi cuerpo de mi mente y de mis sentimientos.
Tanto que
decirte… recuerdo que cuando era niña, siempre me preguntaban, ¿a quién admiras?,
y yo lejos de decir a algún ídolo infantil de la época, decía, a mi padre. ¿Por
qué? Porque siempre despertaste en mí una adoración profunda, innata, un vínculo
que solo se crea entre padres e hijos, supongo. Me hubiera encantado que te
fueras escuchándolo de mis labios. También la barrera que pusiste hacía
imposible que yo me acercara mas a ti y me abriera en canal para que todos mis pensamientos
brotasen en un chorro de palabras bonitas hacia ti, ¡cuánto me costaba! ¡Y cuánto
me arrepiento de no habértelo dicho! Claro que sabías que te quería, igual que
yo sabía lo mucho que tú me querías a mí! pero el desconsuelo ahora me mata,
porque fui incapaz.
Sabes una
cosa, tengo unas palabras tintineando en mi mente de forma constante, tu las
dijiste y a mí se me tatuaron, y nunca fui capaz de hablarlo contigo meses después,
cuando te diagnosticaron el cáncer, pero me atormentaron día y noche durante el
año y medio que duró tu enfermedad, y peor aún, a día de hoy, siguen bailando
en mi mente. ¿Por qué no me atreví a hablarlo contigo? Ahora lo sé, fue por
miedo, el peor de los miedos del ser humano, el miedo a la muerte. No he dejado de castigarme, y de pensar
por qué lo habías deseado; no soy madre, pero dicen que el amor por un hijo es
incondicional y desde ese punto de vista, se puede comprender todo.
Me
encantaba tu sonrisa, sincera y amplia, la reservabas para unos pocos
privilegiados, en pequeñas dosis de cercanía y cariño. Y tu forma de contarme
historias, batallitas de tu infancia, de tu juventud o de la mili, cualquiera
me servía, con tal de sentarme y escucharte atentamente embelesada, porque
aunque eras reservado y parco en palabras, se te daba de maravilla eso de
contar historias, le ponías las dosis justas de heroísmo, enredo y risas, a
veces fanfarroneando de tiempos mejores en los que te pintaba en mi imaginación
como un galán de telenovela, como un valiente soldado, o un excelente deportista.
Pero sobretodo
me hubiera encantado poder darte las gracias por haberme dado todo, no hablo de
lo material, hablo de cariño, de consuelo, de amor y de estabilidad para forjarme
como persona. GRACIAS con mayúsculas. Ahora sé que estás conmigo, en cada paso
que doy, en cada decisión que tomo, protegiéndome y cuidándome desde el cielo.
Quizá debiésemos todos decir esas cosas que jamás se dicen... pero lo que es seguro es que él sabía que formaba parte de esa preciosa mujer a la que había dado la vida. Seguro que sabía que jamás estaríais realmente lejos.
ResponderEliminar